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De lo jodida que es la pobreza
El poder económico actual tiene un aire de finura. Es el mercado del “me gusta”, alejado de coerciones y prohibiciones disciplinarias. El modelo ha dejado la coacción para seducir bajo el irresistible atractivo del acompañamiento, de lo colorido, de lo adictivo. Hace unos días un conocido me decía: “Vivo con el miedo de ser irrelevante". "¿Para tus hijos?", le pregunto. “No, para las redes sociales”. Vivimos asediados por modelos de vida impuestos que no hemos pedido y que nos persiguen allá donde vamos.
Por José Luis Lanao
La democracia no es sólo el hecho que gobierne la mayoría después de hacer el recuento de votos, es el Estado social, el hecho de que quienes no poseen la riqueza cuenten en la vida pública y tengan el modo de hacerlo. Esos invisibles que toda la historia de su mundo se reduce a sacar un jornal para seguir tirando con la esa sensación de vulnerabilidad en el bolsillo.
En ocasiones uno se levanta con el pecho encogido. Si te asomás a los medios te entran serias dudas de que lo de Gaza sea tan o más importante que el Mundial de Clubes. Hemos dejado de conmovernos, y la conmoción no es un acto espontáneo ni automático; exige algo de nosotros: una mirada dispuesta a detenerse, a atravesar la irracionalidad, a buscar un rastro de humanidad que nos vincule con lo que vemos. Porque mirar no es solo un gesto pasivo, es aceptar que en cada mirada hacia el otro, por distante que parezca, puede haber una conexión posible, un eco de nuestra propia existencia.
Muchos ciudadanos acomodados están descubriendo ahora lo jodida que es la pobreza. Lo que hay que tragar para poder comer. Individuos asediados que no se dejan en paz a sí mismo, explotados, angustiados por sus día a día crecientes de necesidades materiales y ocio embrutecedor, entregados al expolio personal con su avidez de identidad, súbditos de las redes sociales más vergonzosas que los manipulan sin respiro. En plena competencia por existir. Una competencia que no sólo rige las relaciones de mercado o se limita a las transacciones comerciales o de negocios. Es una característica definitoria de la vida cotidiana no solo en términos de riqueza y poder, sino en cosas simples, como la ropa, la apariencia, el estatus, un regalo, una fiesta.
Ahí afuera está el mundo. Con la necesidad de tener que abrir los ojos más de lo deseado. Simboliza el repliegue de unas sociedades que parecen deambular bajo el desasosiego, bajo los viejos códigos, cargados de la misma falsedad que esos mitos nacionales, que aspirantes a caudillos hoy prometen proteger y restaurar. ¿En qué momento dejamos de escuchar los alaridos del mundo?
